Caminó hasta la hamaca dando saltitos
de conejo. No quería mojarse las pantuflas con verde. Esa hamaca había sido un
regalo de cumpleaños para los nueve o los diez. No se acordaba bien; no tenía
memoria para los detalles.
Se subió con un último salto y su
cuerpo comenzó a moverse por inercia. Cielo, pasto. Pasto, cielo. Era un movimiento
fluido, constante. Como el ir y venir del mar.
No recordaba cuando le habían
regalado la hamaca, pero si recordaba el mar. El ruido de las olas rompiendo y convirtiéndose
en color blanco. Era el mismo sonido de una gaseosa siendo destapada en un verano
caluroso. Como los veranos en que jugaba entre las cañas con sus primos. El verano
en que escuchó, por primera vez, una mala palabra en labios de otro chico. Esas
palabras no se decían. Ellas no las decía. Las había probado frente al espejo
del baño. Quería escuchar como sonaban en su voz. Pero nunca las decía frente a
alguien.
Todavía podía recordar el
malestar que había sentido al escuchar a su primo decir eso que no se decía. La
incomodidad de haber sido la única que lo había notado.
Ahora era solo una palabra. Como una
ola, o una botella siendo destapada, un sonido, ella hablando sola frente al
espejo del baño.
O ella, como el mar, hamacándose en
pantuflas después de tantos años desde ese cumpleaños.
Cielo, pasto. Pasto, cielo.
Hola!!!! que lindo escrito, muy reflexivo, absolutamente hermoso. Muy lindo por cierto tu blog, aquí tienes una nueva seguidora, te dejo el link del mio por si te quieres pasar http://plegariasenlanoche.blogspot.com nos estamos leyendo. Un beso desde Plegarias en la Noche.
ResponderEliminar